martes, 19 de febrero de 2008

Shock 2.Guión para un cómic.

Otra entrega del guión para un cómic SF de José Leandro.


Shock 2

No sabía que hacía allí, sentado (si así podía llamarse) en aquel extraño sillón. Quizás le habían sedado. Era como cuando te despiertas después de un sueño que ha sido tan rápido, que estás convencido de que no has dormido.

Cuando por fin la cabeza comenzó a despejarse, lo notó. Sabía que tenía algo dentro de su cerebro. Y sintió un dolor desgarrador a pesar de la anestesia previa y del sedante que le habían inoculado después del implante. Sin embargo, el dolor parecía ser una ilusión porque pasó pronto. Quizás el dolor era su vieja conciencia que se revelaba ante las nuevas ideas. Una última resistencia antes de que la nueva fe le impregnase puercamente todo el cerebro. Debía ser así, porque pronto una nueva forma de pensar invadió todo su ser, una nueva forma de mirar la vida. Entonces lo recordó todo. Cuando la minúscula gota de sangre de su dedo cayó en la banda magnética del card sanitario, perdió el conocimiento. Recordaba nebulosamente una confusa pesadilla de dolor que debía corresponder al momento en que le implantaron el parásito. Luego, todavía aletargado por los efectos secundarios de la anestesia digital, había asistido a una sesión espiritual. Le habían dado un sedante para evitar que se despertara. Creía recordar haber asistido a una especie de discurso donde apenas entendía nada, algo sobre las bondades de la nueva fe y las precauciones que debía tomar en las Ciudades Yacentes, es decir; las otras partes o planos urbanos donde no se adoraba al Dios de Futurama. Estaba como ebrio mientras escuchaba todo eso, y no entendía nada de nada, pero bastaba que sus ojos estuvieran abiertos para que la información se transmitiera hasta la célula que le habían insertado en la cabeza. Había otros sistemas de conexión feérica, como se llamaba a las transmisiones electrónicas de fe, pero eran inconcebiblemente dolorosos.

¿Pero ahora donde estaba? Se movió hacia un lado con evidente torpeza y notó que algo le tiraba de la cabeza. Probablemente su lección no había terminado. En ese momento una voz le despertó. Era el delegado.

-Calma, calma. Todavía está muy débil, pero le estamos administrando algunos vigorizantes. Debo decirle que me sorprende verle despierto tan pronto, a la mayoría le quedan unas secuelas bastante dolorosas

Leon le contestó con un intrincado koan. Quería decir que creía estar listo. El estadista sonrió al percibir como las enseñanzas de la fe habían cuajado en su mente.

-Nadie lo duda ya. Pero ahora debemos retenerle por cuestiones de salud. Al menos durante un día. Esta es su tarjeta personal –le extendió un card que León cogió con mano temblorosa-. En gratitud por haber abrazado la Verdad, yo mismo le acompañaré a la Puerta

-¿Voy a poder usar una puerta gubernamental? –el ex-musulmán no cabía en sí de gozo.

-Por supuesto. Sus días de peatón se han terminado. Aunque imagino que en determinadas ocasiones, y teniendo en cuenta su objetivo, no habrá más remedio que adentrarse en lugares cerrados donde de nada le valdrá su tarjeta de paso

-No recuerdo cual era mi objetivo

-No se preocupe, lo recordará más tarde. Todavía está confuso

El funcionario no cabía en sí de gozo. ¿Es posible que lo hubiera olvidado? De ser así, él mismo haría por aprovechar las circunstancias y plantear un nuevo objetivo. Se preguntaba si quedaría algo en él, alguna reminiscencia religiosa en su cerebro de infiel. A simple vista no lo parecía, se dijo satisfecho. Pero se equivocaba. Una pequeña parcela de la mente del árabe todavía seguía siendo fiel a los preceptos del Corán. Quizás su vida anterior quedase encerrada y olvidada dentro de una sola neurona dormida, pero la convicción de León podría llegar muy lejos y era posible, muy posible, que tarde o temprana, su fe regresara. Regresara. El parásito la aplastaría, pero puede que no la venciera por completo.

En cierto modo la determinación que le había llevado a aquella principal oficina del G.I.U. podría hacer por sacarlo de la opresión del parásito. Antes de ser operado había pensado en solicitar la ayuda del Gran Ulema para librarle de aquella cosa, pero ahora no recordaba nada de ello. Sin embargo ciertos vagos recuerdos de diván, de dulces perfumes, de suavidad y caricias, comenzaron a despertar en su mente.

Entonces fue cuando ocurrió. Un terrible dolor le atenazó las sienes. Cerró los ojos y la oscuridad se hizo en su interior, pero unos chispazos y ráfagas de luz iluminaron su vista. El daño aumentó; parecía que se hubiera cogido la cabeza entre los topes de dos vagones. Iba a preguntar el por qué de ese dolor, pero guardó silencio. Lo imaginaba. El intruso estaba luchando contra aquellos recuerdos. Sus gritos atrajeron al diácono, que hizo una mueca que podía haber sido una sonrisa. Parecía entender que estaba ocurriendo.

-Mírame –le ordenó. Cuando León lo hizo el hombre puso un extraño objeto lenticular ante sus objetos-. ¿Dónde estás?

-Estoy… en la Intendencia Universal

-¿Dónde se encuentra?

-Dios mío, me duele -se quejó.

-Dios no existe

-Dios no existe. Estoy… estoy en la Nueva Ciudad… el alumno preguntó: maestro, porqué ponemos el Día del Sol la moneda de oro en el tejado del Dojo. El maestro le dejó colgando de una sola mano de la rama del árbol que crece al borde del abismo bajo el cual se fundó la primera ciudad…

-¿Y así?

-Y así se demuestra la enseñanza del Buda

-¿Dónde está el Buda?

-En este koan es la efigie de la moneda de oro

-Fantástico. ¿Te duele la cabeza?

No contestó. Pero milagrosamente el dolor había pasado. El intruso había imperado. Casi se alegraba, porque otra punzada más y hubiera perdido el conocimiento. Con el tiempo, pensó su reminiscencia, aprenderé a engañarle.

-¿Cómo te llamas? –preguntó ahora el diácono.



José L. Ayllón


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